Yolanda Reyes:
LAS COSAS NO
DESAPARECEN AL NO DECIRLAS
Hace 20 años se publicó Terror de Sexto B, uno de los libros más leídos
en Colombia. Los Agujeros Negros, de la misma autora, cumple 14 y pareciera que
los niños del país siguen sufriendo por los mismos males. Yolanda Reyes nos
habla de silencios, de espacios para vivir, de postconflicto sin postconflicto
y de la exigencia que provoca escribir cada día.
Por: Isaías Romero Pacheco
yopoetrix.blogspot.com
Ha cargado en su bolso, por años,
un ejemplar de El Terror de Sexto B. Es un fetiche. Siente que en cualquier
momento puede aparecerse un padre de familia que necesite escuchar esa voz de
los niños colombianos que ha intentado reproducir lo más fielmente en sus
escritos. Muy cerca de ellos a través de su Fundación Espantapájaros, y en las
miles de charlas que ha dictado sobre el tema, Yolanda Reyes asegura que es la
infancia el semillero para todo lo que sigue en la vida y de ella ha recibido
los dictados de sus propias obras, de los niños, de los jóvenes y por supuesto
de las familias. Dos de sus libros más emblemáticos en vez de envejecer con el
tiempo, se rejuvenecen, en cierta medida porque pareciera no haber cambiado
aquello que justamente los hace tan leídos: la realidad de la infancia
colombiana.
El Terror de Sexto B
“Todo parece indicar que el libro se sigue leyendo (El Terror de Sexto
B), se lee en España y ahora de hecho sale en Brasil, pero allá se están
presentando los cuentos cada uno por separado, yo lo cargo como un fetiche,
incluso hoy creo que lo traje” y abre su bolso enorme. Ahí está, con esa
portada del niño asustado dentro de un cuarto horroroso, en una ilustración de
Daniel Rabanal. “Lo traje. Nunca pierdo la esperanza de poder leer algo y si a papas
muchos mejor”. Efectivamente es un libro que se sigue leyendo y no como una
estrategia de mercadeo programada, sino con la confianza referida de un lector
a otro. “Yo siento que sigue siendo un buen
libro tal vez porque me costó tanto trabajo escribirlo - ¡y lo limpie tanto! - la
prosa me sigue gustando, creo que es natural, se comunica bien con los niños”.
“Para mí la vida se divide en dos: antes y
después de Frida. No sé cómo pude vivir estos once años de mi vida sin ella”
El primer amor, la
discriminación, las peleas, las prohibiciones, el dolor, temas que increíblemente
nos dan señales de estar en alguna de estas etapas primeras de la vida que confluyen
en el texto. Muchos de los lectores de Yolanda Reyes han crecido con ella.
Considera una fortuna el que le mencionen esa similitud entre Frida, la niña
Sueca que enamoró a Santiago, el colombianito que en las vacaciones de mitad de
año de Cartagena vivió el idilio su vida, y la pasajera en tránsito de su
novela para los más mayorcitos.

Las cosas no desaparecen sólo con no nombrarlas
Ser niño o adolescente en
Colombia es doloroso. No debería ser así. Queda tiempo para que los adultos se
lamenten, pero la realidad en cambio es más apabullante. Si en ambientes
normales se sobrevive a su propia especie en la infancia, como en el Terror de
Sexto B, el entorno se encarga de hacer más dura la realidad. Ese entorno
plagado de violencia, de tragedia y de horror. Los Agujeros Negros fue
publicado por primera vez en el año 2000, en momentos donde también se hablaba
de un fin del conflicto armado en Colombia. “Creo
que en el fondo el libro es ese mismo movimiento, la ilusión de la que si no
hablamos con los niños de algo o lo eludimos en el lenguaje entonces no existe.
Y con los niños sí que ha sido difícil. Ya te hablo de un libro que lleva 14
años circulando y la situación de la infancia no ha cambiado en este país”.
En los Agujeros Negros, el pequeño Juan quiere saber qué pasó la noche cuando
sus papás se murieron. Y para su abuela y el tío Ramón sería más fácil contar
la historia, basada en un hecho real, si no fuese una muestra de la
intolerancia y el horror que ha vivido Colombia en los últimos años. Un logro
indudable en este libro, es haber acercado la realidad del país a otros niños
desde un punto elemental: la curiosidad. La historia de Juan es también una
historia de redención y un relato de esperanza, esa falsa esperanza de que todo
puede cambiar y ser mejor para nuestros hijos y para una nación: “Siempre pensamos que a los niños no hay que
hablarles de todo lo que les ha pasado; les ha pasado lo mismo que a nosotros.
Entonces este libro que pretende dar respuesta, pues sigue siendo la historia
de este país y de otros países. Por ejemplo en Argentina lo compro el
Ministerio de Educación para que estuviera en las bibliotecas de aula y en el
fondo puede ser también la historia de la dictadura militar, o puede ser tantas
otras historias dolorosas”.
“En nuestra casa siempre está encendida la luz del
corredor, pero los agujeros negros siguen ahí. Ella lo sabe, así se haga la
valiente”
Cree Yolanda Reyes en la literatura
como un escenario para toda la peripecia humana en el que caben la vida y la
muerte y todo lo que hay en la mitad: el amor, la paciencia o el dolor: “la literatura ayuda a dar nombre a las situaciones
difíciles, pero creo que en tiempos de postconflicto, y como este postconflicto
que esta aun dentro del conflicto, pienso que no solo la literatura, la
conversación tienen que llegar a la escuela, y no solo la conversación
literaria sino la conversación de una mirada histórica distinta, menos complaciente.
No sé si los niños hayan cambiado pero nuestras ideas de niños si tienen que
haber cambiado con todo lo que nos ha pasado. Los niños sienten, a ellos también
les duele, necesitan las palabras igual que los adultos para organizar el
tumulto de noticias, esa avalancha que nos hiere”.
De padres lectores
Aunque existe una mayor
sensibilidad, aún falta mucho por hacer frente al tema de asumir la casa como
el más importante punto para la promoción de la lectura. Yolanda ha trabajado
en pensar el hogar como un nido de lectura y este es su aporte a la
construcción nacional que ha puesto por fin los ojos en la necesidad de hacer
un país de lectores. Dice que nos queda mucho por hacer: “ya se ha tomado muchísima conciencia, sin embargo, se hace muy poco
institucionalmente, se hace poco con los papas, se les deja de lado. Siempre en
el discurso de la escuela, la biblioteca y la familia, siento que todo el mundo
le hecha el agua sucia al otro y la escuela dice: es que los papas no leen, y
los papas dicen: en la escuela se obliga a leer de una manera que genera fobia
por la lectura, entonces todas estas iniciativas de hacer encontrar y confluir
las preocupaciones lectoras de la escuela con las de la familia, son una pista
interesante y sobre todo en momentos como la primera infancia, ahí se va a
sembrar todo lo que después no solo es el habito sino lo emocional pegado al
leer al desciframiento emocional, que eso está muy claro, se da en la familia”.
La voz de arrullo, los cuentos de
aserrín y aserrán o las fábulas de Esopo, irán en contravía de ese lenguaje
seco que manejan la familias a toda hora: las gafas, no se te olviden, mira el
reloj, tómate el jugo, nos vamos, pilas con el gas, abróchate bien, no llegues
tarde, besitos, ya pasa el bus, apúrate. Mientras que ricitos de oro pasa de
una silla a otra buscando dónde sentirse mejor. Es ese lenguaje literario el
que dará la verdadera cimentación del discurso, de entender el mundo y leer,
más allá de los libros, la realidad y sus emociones. Dice Yolanda: “no hay nada más fascinante para un niño que
la historia que le cuenta su madre o su padre esa canción de cuna que lo
duerme, ahí están las primeras pistas simbólicas para encontrarnos con la
literatura”.
La comodidad de los bordes
Para Yolanda Reyes a medida que
pasa el tiempo, se le hace más difícil escribir. Independientemente de que sea
un cuento, una columna de opinión o una novela. Además de sentirse cómoda
justamente en no encasillarse, en irse por el ladito y asumir cada escrito como
una marca personal, por variado que sea, le gusta el tránsito, el sentirse en
ningún lado. Lo irreductible es que la experiencia no ayuda a la fluidez, pasa
lo contrario, escribir es entonces un oficio donde se desaprende
constantemente, en cada nueva lectura, en cada viaje y que va generando esa
desconfianza por la facilidad. “Soy persona de trabajar duro, trabajo mucho
las páginas que escribo, exageradamente, me auto exijo mucho con las palabras,
releo mucho y en esa medida debo destinar un tiempo cada vez mayor a la
escritura y no es tan fácil, hay muchas trampas afuera”.
Pero la mayor lección, si puede
decirse, es que ha llegado al punto de sentir que ya no le está robando tiempo
a nada ni a nadie: “lo que sí ha cambiado
es que cuando escribo ya no siento que le estoy robando un tiempo a cosas que
si son trabajo. Por ejemplo al principio cuando escribí El Terror de Sexto B,
pues obviamente no vivía de escribir, entonces uno siempre se sentía usando el
peor tiempo para la escritura: el tiempo libre. Ese tiempo en el que estás
cansado, en el que ya trabajaste, en el que ya cumpliste una jornada laboral. Ahora
siento que eso ha cambiado en mi vida. En la medida en que empiezas a publicar
la gente reconoce que la persona que está escribiendo no es una persona que está
dejando de trabajar sino todo lo contrario”.
Abandona la entrevista a la
llegada de la anfitriona y se va despacio hacia la tarima donde le espera un
grupo de personas interesadas en oírla. Saca el libro fetiche y rememora cómo
es enamorarse en Cartagena a los once años. Sonríe.
0 comentarios:
Publicar un comentario