En No se lo cuentes a los
mayores, Alison Lurie, establece una complicidad con el niño que se descubre a
la literatura. Dice:
“Imagínese un bebé en el punto de aprender a
hablar. Toda su vida, hasta ese momento, ha sido inarticulada. Si quiere algo,
lo único que pude hacer es gritar, llorar, o decir —Uh, uh, uh. Entonces, de
repente, de alguna manera, se le revela el propósito del lenguaje. Y, en
seguida, después de lo que debe ser una lucha tremenda, el poder del discurso.
Aunque todos hemos experimentado eso, es difícil imaginar ahora la excitación
inmensa del poder que debemos haber sentido la primera vez que hemos dicho
"mamá" o "galleta" y hemos visto que aparecía lo que
deseábamos. Sin duda, es de esa experiencia que viene el poder de las palabras
mágicas y de los conjuros en los cuentos de hadas5.
La sensación que indica Lurie, generada
en el ser humano al entender que las palabras tienen un poder, permite, a
futuro, que la literatura tenga ese maravilloso valor universal. El poder de
las palabras se nos hace presente en toda la vida, entonces. Desde la relación
del adulto de ese vocablo infantil que parece incomprensible, hasta la palabra
que nos ofende o nos dignifica con mayor edad. Nombrar las cosas, fue la
primera tarea de Adán. El ejercicio con el niño de entregarle el valor preciso
a cada objeto, situación, sentimiento o lugar con un nombre específico mina un
camino de regocijo con el uso del lenguaje. La literatura, entonces otorga una
oportunidad maravillosa para ampliarlo. El balbuceo inicial no debe referirse
sólo al agu o hu, debe sonar a objetos parecidos en la cotidianidad, acordes al
avance del tiempo, debe sonar como calabaza aunque diga “adasa”.
El adulto
mediador, el padre de familia, insiste en repetirla como debe mencionar hasta
que el niño, adoptado ya su significado o representación, la diga finalmente
como debe ser. Decir mamá es un gran paso, pero el bebé ya sabe quién es,
conoce lo que representa, siente necesidad de verla, de tocarla, de corroborar
que aquello que está mencionando, que sale de su alma y se proyecta en sus
cuerdas vocales, corresponde realmente a su madre. Que al gritarla cuando se va
al trabajo, ella volverá para abrazarle y calmarlo. Acoge el lenguaje al
mencionarlo. Apropia las palabras al sentirlas. Dice “baon” y sus hermanos
mayores corren a jugar fútbol con él. Dice “téte” y el padre lo enseña con una
expresión de gozo. Ése es el poder sostenible y eterno que configurarán las
palabras hacia el futuro, donde siendo adulto, la expresión literaria de una
novela o un poema, erizará su piel así como cuando debió calmarse tras un
fuerte regaño en su infancia. Aprende entonces el niño, con el uso adecuado de
las palabras a leer para vivir, para sentir, a leer la vida. La ciencia indica
que hacia el tercer mes de embarazo, el bebé desarrolla el aparato auditivo.
Inicialmente sólo escuchará en pequeña densidad los sonidos intrauterinos
propios del cuerpo humano y hacia el cuarto mes es capaz de escuchar lo que
suena fuera del vientre.Es necesario entonces que ese primer contacto con la lectura, se de también en esos momentos con las voces de quienes están a a su alrededor, para ello, se ha demostrado que no es necesario esperar a que tengan edad para leer, leen desde el vientre materno.
Entre el cuarto y quinto mes de
embarazo se puede decir con seguridad que el bebé, realmente no escucha. Ya
antes de estos meses siente y percibe, pero la capacidad de escucha ocurre
biológicamente solo en ése momento. Ante la ausencia de aire, recordemos que el
sonido viaja a través de ondas invisibles en este, el líquido amniótico permite
que la vibración pueda percibirse y con ella los cambios de presión necesarios
para configurar el sonido, tal y como ocurre con los sonares en los submarinos.
De esta forma el bebé puede diferenciar las tonalidades y matices de la voz, el
tono grave del padre y el arrullo cadencioso de las canciones de mamá. Esta
capacidad se desarrolla con mayor destreza en la medida que avanza el embarazo
y el cerebro puede comprender mejor las variaciones en los sonidos que le llegan.
En esta etapa es mucho más probable que el bebé responda a los estímulos
externos y se hace importantísimo vincularlo a las conversaciones y el
ambiente. La música adecuada, el tacto con la voz ayudan a ese proceso de
percepción del futuro.
Recuerdo a mi esposa Cristina hablándole a Gabriel antes
de nacer: “bebé, ya pronto estarás con nosotros”, “no te muevas tanto que me
duele”, “uy, ya te sentí, amor, vamos para la casa”. Para el tercer trimestre
del embarazo, el sistema auditivo está completamente formado y es operativo. A
pesar de que el líquido amniótico, la pared abdominal y los sonidos propios del
organismo pueden confundirle, el bebé responde a la estimulación adecuada y de
allí la importancia de leerles en ese lenguaje literario que ayuda a su evolución
mental. La voz entonces tiene un papel crucial. Conducir con armonía las
palabras a través del mundo de la imaginación es importante. Hablar con la
diferenciación ayuda a que sus estímulos sean agradables. Aprenderá a leer los
sonidos primero, luego las imágenes, los rostros, luego las caricias y
finalmente las palabras. Esta configuración hace que el papel del padre lector
sea crucial en etapas como estas donde apenas puede tenerse una percepción del
mundo. Como cuando se escucha la radio o aquella imagen volátil de la historia
que se pasa de voz a voz. Ahora bien, la literatura universal, los cuentos
clásicos y las ofertas existentes en buenos temas e historias para niños y
niñas en casi cualquier parte del mundo ayudan a tener una variedad interesante
de material para leerles a los niños, pero de esto ya estaremos comentando, en otra oportunidad.
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